Algunos
duendes son muy miedosos. Por eso tal vez nunca puedas ver
ninguno. Ni aunque alguien que vaya contigo una tarde andando por el bosque te
diga: mira, allí hay un duende
sentado comiendo almendras. Nada. Seguramente no tendrías forma de verlo porque antes, mucho mucho antes de que te hubiese dado tiempo a levantar los
ojos desde donde los tuvieras puestos y los llevaras hasta el punto ese que tu
acompañante te señaló, la criatura ya se habría esfumado.
Titus B. es
así. Es uno de ellos. Se oculta. Se esconde de todo lo que no
sea yo. Por miedo. Por terror.
Solo si lo
que quiera que sea se está muy quieto, como pasó aquella vez con la paloma mensajera, tiene el
atrevimiento de quedarse. Pero solo así. Solo entonces. Y esta vez, teniendo
encima a Nimue, poco más y le da un ataque. De verdad que no exagero. De verdad
que no.
De modo que
esta noche, porque ya se ha hecho bien de noche y la luna está bien grande en
lo alto del cielo, de modo que esta noche, digo, para conseguir que haya
llegado a asomar siquiera un pelo de la barba de entre las raíces hemos tenido que esperar mucho, pero
que mucho tiempo.
Fue un rayo
de luna. Uno de esos muy anchos y fuertes que
se coló por entre su miedo y las sombras, el que logró que desplegara las
orejas el duende. Y quisiera oírme.
- No te dé
miedo de Nimue... Se llama Nimue, Titus B. Anda, sal.
Vi a mi
mano derecha tenderse hacia él. Sentí la dureza del suelo
atravesándome la ropa para clavarse en mis rodillas. Escuché el ruidillo
cercano de unos dientes que entre sí estaban chocando. Me agaché más. Más. Pobres dientecillos de duende,
iban a terminar en cachitos.
- Titus B., esta
mañana he visto la tierra llenita de diamantes... Nimue me los enseñó. ¿De
qué tienes miedo? Ella no es mala... no es de ahí afuera. Es de aquí, de
Brocelianda... Asómate a verla. Asómate, viejo miedoso, que es muy bonita.
No se va a
asomar, me dice su tiritona. Quiere que me acerque, que me
quiere decir una cosa y que tiene que ser por lo bajito. Por lo bajito...
- Ella lee los labios. Sabrá lo que me dices.
Nimue está
a mi lado. Tan cerca que escucho su respiración desinquieta y puedo notar el
calor de su cuerpo colándose por entre mis faldas. Si me agacho ella se agacha.
Si me acerco al duende más se acerca ella.
- Mírala bien, mujercita. Mira las marcas que tiene en el cuello...
- Mírala bien, mujercita. Mira las marcas que tiene en el cuello...
Que manera tan extraña que tienes para escribir y sin embargo tan profunda :D
ResponderEliminar¡Estaré poniéndome al tanto de tus escritos!
Un saludo,
L.H. Pérez
http://lh311994.wix.com/lhperez
¡Vaya! ¡Nunca me habían dicho nada parecido! :D
Eliminar¡Muchas gracias, L.H. Pérez!
¡Un abrazo!