Armand Guillaumin, Notre Dame de París |
Otra tarde soñé que surcaba el
Sena a bordo de un barco inmenso, que gustaba de abrir en dos unas aguas –cual
Moisés ante el mar Rojo- que habían pasado el tiempo esmerándose en atrapar
los últimos rayos de un sol moribundo.
Para mezclarse con ellos, igual
que si fueran amantes.
Para llenarme los ojos de esa luz que un día buscaron y un día plasmaron los pintores en sus lienzos.
Esa luz distinta y hermosa que no vi en rincón ninguno de Brocelianda. Que
empapaba las aguas. Que se reflejaba en cada piedra, en cada árbol…
Que se empeñaba en alumbrar mis pasos mientras Titus B. dormía y yo soñaba París…
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