James Archer, La muerte del rey Arturo (1860) |
Arturo no
está muerto.
Aunque hoy
lo estés viendo ahí tendido sobre la hierba y tenga los ojos cerrados, que parece que duerme, o que muere. Aunque lo veas con la cabeza
tan rubia descubierta, apoyada en el regazo cálido de Ginebra.
No está
muerto.
Malherido
sí. Pero no muerto.
Arturo no murió aquel día del año 537 d.
C. en su duelo en Camlann frente a Mordred, el sobrino que le había
arrebatado el poder en su ausencia y se había casado con Ginebra, su reina. Ni lo hizo entonces ni lo hará
nunca en ninguna parte.
Morgana y
las demás hadas lo salvaron, ya lo ves, de su suerte en aquel
combate que sería el último. Y lo subieron a una barca que era mágica. Y pusieron rumbo a Avalon para curarlo, allí, entre los espesos
bosques de una Isla de las
Manzanas llenita de paz y de nieblas, y de fértiles tierras salpicadas
de árboles que dan frutos gigantes mientras son regadas por un lago de aguas
mansas en el que habita una Dama.
La tierra
de donde no volverá a salir hasta su retorno.
Porque
habrá quien vea nacer el día en que el Rey regresará...
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