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Me llamo Lola y soy, igual que el protagonista de aquella novela de Rabih Alameddine, contadora de historias...

miércoles, 11 de septiembre de 2013

11. Una ficha para nuestro manuscrito

Titus B. es esta noche un duendecillo nervioso. Aunque, como de costumbre, lee el Libro Grande con voz alta y firme, a ratos cierra los ojos, respira muy fuerte y guarda silencio, un silencio muy largo y muy pesado, y busca ansioso a su alrededor entre la tierra y las luciérnagas.

- ¿Qué es lo que buscas, maestro?

Levanta los ojillos de la tierra y los deja clavados en los míos.

- ¿Qué buscas?

Pregunto de nuevo y su boca sonríe, sonríe a la palabra maestro. Luego agacha la cabeza y torna en su búsqueda en pos de lo que quiera que sea. Y encuentra ese lo que quiera que sea, que resulta ser un palo diminuto al que hace rayar la tierra con guiones, guiones y más guiones a los que no siguen letras escritas, sino muchísimas letras habladas...

Manuscrito Voynich. Detalle
Manuscrito Voynich. Detalle

- El Manuscrito Voynich, mujercita -y vuelve a mirarme-, se compone de 102 folios encuadernados (23 x 16 cm), creados en la Europa Central en un momento cualquiera entre los siglos XV y XVI

- Fue registrado en la Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale con el número 2002046

- Por número de catálogo le fue otorgado el MS 408

- Alguien (a saber quién) le arrancó (a saber cuándo) algunas hojas

- Cuenta con varias páginas desplegables

- La mayoría aparecen numeradas -a pluma en el anverso y de forma no correlativa- según el sistema de numeración arábiga

- Todas están llenitas de letras, de plantas, de mujeres y constelaciones desconocidas por cada una de sus caras...

martes, 3 de septiembre de 2013

10. Los ojos del sueño

Titus B.

Aquel sueño me convirtió en un ser extraño: extraña a mí misma, a mis propios ojos que ya no contemplaban más el mundo sino ocultos tras otro par de ojos tan invisibles, tan imaginarios y tan ajenos que se me habían pegado a la piel. Igual que las lentes de Titus B... así se me habían pegado en los párpados aquellos dos ojos que no eran míos y, sin embargo, miraban por mí...

Las manitas rechonchas del duende, que me pellizcaban la nariz con el auspicio de la luna, hicieron que los abriera. Hicieron que me incorporase y lo mirara de frente... Sé que me sabía culpable, pero no me condenó. Sentándose a mi lado, el Libro Grande en brazos y el Manuscrito Cifrado bien cerquita, dejó en silencio que sus piececillos descalzos se bañaran en la corriente tibia del arroyo sin nombre. Abrió el Libro y buscó una página cualquiera, indefinible. Volvió a mirarme, una decena de diminutas luciérnagas acudían ya a prestarle luz, bajó la cabeza y comenzó a leer...
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