Pasé el
tiempo que faltaba para que el sol se pusiera sentada a la orilla de aquel
arroyo sin nombre. Sus aguas cálidas me acariciaban los
pies. Sus aguas cálidas… Comí
las avellanas que me trajo en el pico un ruiseñor azul, me tumbé boca
arriba sobre la hierba húmeda y miré desde el suelo al cielo, clavando la vista
en un sol que cada vez se hacía más lejano y más chico… que se moría.
No sé
cuándo cerré los ojos, pero lo cierto es que lo hice y lo
cierto es que un sueño
profundo se apoderó de mí y
me condujo de un recoveco a otro de la conciencia, de un recoveco a otro en un
estruendo de trinos. De aguas
cálidas que discurren mansas mientras acarician pieles. De aires templados
que se visten de aromas, se cuelan por entre las ramas de los árboles y te revuelven los cabellos y el
alma...