Manuscrito Voynich. Diagrama astrológico |
Se va la
noche y llega al fin el alba. Las
luciérnagas ahogan su brillo en
la claridad creciente, la luna cierra los ojos y en las
ramas más altas de los árboles y en las más bajitas de los arbustos la vida se despereza, rendida
ante un sol de principios de verano que atemoriza al duende y lo hace correr a
ocultarse en cualquier sitio. Cuando siente que está a salvo se despoja de las
lentes, dejando que cuelguen del cordel en lo blandito del chaleco; bosteza
haciendo mucho ruido, entorna los ojillos fatigados de tantísima lectura
nocturna, y duerme.
Yo lo
observo medio atontada. Debo descansar también. Debo y, sin
embargo, siento que ninguna luz
de ningún sol podrá aplacar en el sueño estas ansias de saber... De
manera que me levanto y avanzo con cuidado hacia los libros: el Manuscrito Cifrado y el Libro Grande que el duende dejó tumbados ante el
huequecillo entre raíces que eligió como descanso. A modo de tapadera, a modo
de tapadera encontró tiempo de disponerlos antes de cobijarse por dos motivos
que a estas alturas bien me sé:
- El
primero, impedir que deje de
ser de noche en algún momento cualquiera
de este día de julio.
- El
segundo, despertar de inmediato si llegara el caso de que -llevada
por a saber qué oscuro impulso de mi voluntad- trato de adelantarme a sus deseos y
abro los libros. Y descubro en ellos eso que cree que para mí no es tiempo
aún de descubrir…
Me agacho y
pego la oreja contra el lomo del Libro Grande. La respiración sosegada del
duende se cuela por entre sus páginas. Arrodillada ante él lo estudio con
detenimiento. Una doblez diminuta marca el borde de una de sus hojas… lo abro. De su interior emergen unas pocas
letras y un montón de dibujos: los mismos de los que está llenito el
Manuscrito Cifrado.
Abro mucho
los ojos y la mente. Y
leo…
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