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Me llamo Lola y soy, igual que el protagonista de aquella novela de Rabih Alameddine, contadora de historias...

domingo, 10 de marzo de 2013

37. La Torre del viejo alquimista

Torre del alquimista

Nimue me hacía cosquillas en la nariz. Sin cansarse. Diligente. Habilidosa. Quería que abriera los ojos.

¿Dónde estamos?

Con los párpados pesados como piedras que trataran de llevar al condenado al fondo de un río, veía a la perrita mirarme desde arriba, desde lo alto de unos ojos que habían vuelto a sonreír.

¿Cuánto tiempo llevamos aquí?

No sentía dolor. Ni siquiera cansancio. No sentía nada tendida sobre aquel lecho mullido salvo esa extraña languidez que luchaba por arrojarme de nuevo a los brazos del sueño... 

¿Y Titus B.?

La patita derecha de Nimue me selló los labios. Me decía no grites mientras sus ojos se detenían en algún punto más allá de mí.

El pequeño viejo estaba allí. Lo vi al volver la cara. Pegado a una chimenea muy grande en la que ardía el fuego que calentaba la estancia en penumbra que nos acogía. Tendido boca arriba, los bracitos extendidos y extendidas las palmas de las manos, sobre el Libro Grande que se había abierto de par en par para hacerle de cama.

Nimue...

Respiraba tranquilo, pero a la sombra de sus ojos dos surcos morados se habían ido abriendo camino.

¿Qué le pasa?

- Tan solo duerme.

Sentí un escalofrío correteando por mi cuerpo. Esa voz ronca, cuasi artificial, había salido de algún rincón indefinido de entre aquel montón de sombras al que no lograba llegar la luz de la candela.

Nimue se apartó de mi lado y corrió hasta ella para tenderse a sus pies, zalamera.

- Estáis en la Torre del viejo alquimista, muchachita hermosa.

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