Concierto de jóvenes o Los Músicos, hacia 1595 - 1596 Óleo sobre lienzo, 92 x 118,5 cm. Nueva York, Metropolitan Museum of Art |
Le abriría
la Porta del Popolo una Roma majestuosa: capital
de la cultura y el arte de la época, la ciudad de los Papas era el centro de esa Cristiandad que, en lugar de haberse achicado ante
las embestidas de una Reforma Protestante que tantos dolores de cabeza le
estaban ocasionando, lo que había hecho era hacerse más grande, más rica, más poderosa y más hermosa, eso siempre, eso
también.
A la
petición de Sixto V de que todos los artistas de la
Península Itálica vinieran a Roma para prestarle ayuda en la peculiar lucha en
la que se hallaba enfrascado frente a los luteranos, serían muchos, muchos, los que acudieran: y nuestro joven de Caravaggio no
iba a ser menos.
Ya ha
andado su camino. Ya se ha parado, quién sabe, en Parma, en Viterbo, en
Florencia. Ya está aquí cargado
de ilusión y de ambiciones, y de unas pocas obras que eran suyas y que
esperaba tuvieran la buena acogida entre los romanos que habían tenido entre
los lombardos y su protectora familia Colonna: pero bien poco tardaría en desengañarse, que en Roma eso del realismo
no le importaba a nadie. La
moda era la maniera:
la imitación de los viejos maestros Rafael o Miguel Ángel. Lo nuevo no parecía
tener cabida aquí, de modo que,
aunque fuera por un tiempo y porque, qué remedio, no se iba a morir de hambre, Caravaggio pintaría lo que los ojos
romanos querían ver pintado.
Fue
entonces, mientras
malvivía en su ansiada ciudad a la espera de un encargo, cuando un hombre se fijó en él:
era un pintor siciliano, Lorenzi se llamaba, y tenía un estudio en el que al
entrar, Michelangelo se reencontró con muchos de sus viejos compañeros de
Bérgamo.
Haría
amistades, entre
la pintura y las juergas, y algunas, como la de Lionello Spada, le
durarían hasta la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario